sábado, 2 de octubre de 2010

LUDOTECA DE BETOÑO: !VEN A DIVERTIRTE!


El sábado 2 de Octubre estrenamos una nueva actividad en la Casa del Pueblo de Betoño. !Una ludoteca para chavales! De momento hay unos 11 niños y niñas matriculados. La monitora se llama Aloise. En la foto la vemos con Miguel, Eneko, Juan, Unai, Andreas y Carla. Y tú ¿por qué no te apuntas? En el primer día se lo pasaron genial, con actividades dentro y fuera de la Casa del Pueblo. Y piensan seguir divirtiéndose todas las mañanas de los sábados, de 11 a 1. La cuota para todo el trimestre es de 25 euros, que se pueden ingresar en la cuenta de la Caja Laboral nº 3035 0073 55 0730051556 de la Asociación Cultural Zikoina.
Y también hay para los mayores. Los martes y jueves hay ESTIRAMIENTOS Y GIMNASIA DE MANTENIMIENTO de 7 y media a 8 y media. También los martes y jueves, pero de 8 y media a 9 y media hay AEROBIC Y GIMNASIA POSTURAL. Los lunes y los miércoles, TAI-CHI de ocho a nueve. Estas clases cuestan 21'09 euros al trimestre.
Y las MANUALIDADES, todos los miércoles de 4 a 7 por 25 euros al trimestre (35 para los no vecinos de Betoño).

jueves, 16 de septiembre de 2010

NUEVA PARADA DE BUS. ¿Y LA MARQUESINA?



















El curso 2010-2011 empezó. También en Betoño. También para los chavales de la Ikastola Ikasbidea, de Durana. Aquí les vemos a casi todos los de Primaria con esa sonrisa nerviosa que se le pone a cualquiera cuando hay que estrenar curso y decirle adiós a las vacaciones. Feliz regreso. !Y a empollar!´"Los madros y las padras" de Betoño estábamos encantados con nuestra nueva parada de autobús con ampliación de acera hasta que alguien nos robó la vieja marquesina que nos protegía, a duras penas, de la lluvia. Seguro que cualquier día la cambian por otra. ¿A que sí?


viernes, 26 de febrero de 2010

FEDE ULLÍVARRI, LA MEMORIA DE BETOÑO.



















No tengo el placer de conocer a muchos nonagenarios. En Betoño, en la misma casa, conviven 2. Se llaman Fede y María. Son marido y mujer. Él hará 92 años en Noviembre. Ella tiene “sólo” 91. Charlar con ellos es el antídoto perfecto contra la depresión que nos entra a veces a los cuarentones. Ellos nos demuestran que hay vida después de los 60, después de los 70, y de los 80 y 90. Fede y María son felices, muy felices. Fede ha esquivado unas cuantas zancadillas que le ha puesto la vida. Se pasó 4 años en la guerra pegado a un mulo y puede contarlo en la siguiente entrevista. Operado de la espalda, el estómago y los ojos, camina con la agilidad de un chaval por las calles de su Betoño, el pueblo en el que nació. Dice que el secreto está en el kéfir, el yogur búlgaro. María dice que la llave de la longevidad hay que buscarla en la frugalidad: “Si basta con medio filete, ¿por qué comerse uno entero?”. Si a la receta le añadimos tomates de casi kilo y medio como ése que muestran orgullosos en la foto tomada en su huerta… Ellos no lo dicen , pero el secreto de llegar a ser felices a los 90 se esconde en ellos mismos. María lo es todo para Fede, y Fede lo es todo para María. Os dejo leer la entrevista. Yo me voy a buscar en Internet la receta del kéfir.


Fede Ullívarri, la memoria de Betoño.
MAESTRO, SOLDADO, ALCALDE Y… ¡HOJALATERO!



Cuéntanos tu vida, Fede… ¿Dónde naciste?
Nací aquí en Betoño el 16 de noviembre de 1915, tengo 92 años. Me bautizaron como Federico López de Ullívarri Castillo. En la guerra me quitaron el López. Nací en esta misma casa en la que vivo ahora, en el número 25 de Portal de Betoño. Quisieron tirar la casa para ampliar la carretera y yo pedí que, por favor, no lo hicieran. Me gustaría terminar aquí con mis huesos

¿Dónde aprendiste las primeras letras?
En la Escuela de Betoño empecé a los 5 años. Estaba junto a la actual bolera, donde ahora hay una fuente. La bolera era el patio, tenía huertecilla y todo. La Escuela se tiró cuando yo era el alcalde. Entonces no había que ir a clase hasta los 6 años. Los de 5 y 6 años estábamos en el portal de la escuela. A los pequeños nos tenían en un banco y un chaval más mayor de 10 o 11 años se preocupaba de enseñarnos alguna cosa, a cantar, a contar o a entretenernos. Al final también me tocó a mí cuidar a los pequeños. El maestro, Don Crispín Sáez de Cámara, también tenía vivienda en el piso superior. Era de Zurbano.

¿A qué jugábais los niños de hace casi un siglo?
Nos divertíamos con juegos de calle, como el Tócame Roque o las Cuatro Esquinas. Había un escondite que se jugaba en grupos diciendo “Tres Navíos en el Mar, otros tres en busca van”. También cantábamos “Chimitroque Chimitroque mató a su mujer tripas de perro le dio pa comer la gente que pasaba olía a morcilla, que viva que viva el tío pelotillas”. Recuerdo que allá por los años veinte Betoño era pacífico, por la carretera no pasaba más que el coche de Eibar, un autobús de 30 o 40 plazas que unía Vitoria con Eibar. La carretera era de los niños, siempre jugábamos en la carretera, no había peligro.A los 10 años dejé la Escuela de Betoño para estudiar el Bachiller y entré en el colegio de San José, en la calle La Paz, donde estaba Artillería. Allí estuve hasta los 12 años, en que empecé el Bachiller en el Instituto de La Florida

¿No parecía entonces que Vitoria estaba más lejos de Betoño que ahora?
La meridiana de la calle Dato está a 3 kilómetros de Betoño pero sí parecía entonces que Vitoria estaba más lejos. Entonces íbamos siempre andando a la ciudad. De joven también iba con la burra. En casa tenían vacas, había leche y cuando se casó mi hermana yo repartía por Vitoria en la calle Cuchillería, Santa María, Portal del Rey… Allí tenía la clientela. Llevaba con la burra la leche, la dejaba allí, yo iba al Instituto y luego a la vuelta recogía la burra, con los recados que me había mandado del bar de aquí y de mi casa. Lo normal era traer el pan, pero a veces traía también angulas y me las venía comiendo por el camino, je, je, je…
Vitoria comenzaba en Portal de Urbina, allí estaba el Fielato, que eran los que cobraban a los que venían de los pueblos, de fuera de Vitoria por introducir sus productos en el término municipal. Si llevaban patatas, leche o productos del campo, tenían que pasar por el Fielato, declaraban lo que llevaban, se pesaba la mercancía

¿Cómo eran las fiestas de Betoño a comienzos de siglo?
Las fiestas en honor de San Esteban Protomártir se celebraban los días 3 y 4 de Agosto. Los dos únicos bares que había en Betoño por aquel entonces ponían la música. En aquella época sólo existían “La Zuyana” y “El 10”. “La Zuyana” era el bar de Nicomedes Anda. Tenía bolera y los críos íbamos a volver la bola para que nos diesen alguna perrilla, una perra gorda cada pasada o algo así. Nicomedes Anda era el padre de un tocayo mío, Federico Anda, que llegó a ser jugador del Deportivo Alavés. La dueña de “El 10” por aquel entonces era Prudencia San Vicente. Su marido, que trabajaba en Teléfonos, murió pronto.
Entre los dos bares ponían un bar común para que no hubiese envidias sobre si la gente entraba más en uno o en otro. En las fiestas se iba pidiendo por la casas, lo mismo que hoy se hace por Santa Águeda. Iban en cuadrilla y con su música alegrando al pueblo, creando ambiente de fiesta. El baile se montaba en la plazuela que había entre los dos bares. Hoy aún existe ese espacio, pero antes era más amplio. Incluso la carretera se empleaba para el baile. Los guardias solían venir también para mandar parar la música. Lo normal era cortar a las doce. A veces te consentían que se alargase hasta la una de la madrugada. Eran muy rígidos. Lo normal era que viniese un acordeonista. También había campeonato de bolos. Últimamente ya empezaron a venir grupos. Cuando yo era alcalde implantamos la costumbre de organizar una comida para los vecinos del pueblo.

¿Cómo y dónde te pilló la Guerra Civil?
Cuando estalló la guerra yo apenas había salido del nido. Aún no había cumplido 21 años. Estaba a punto de acabar el Bachiller, hacía el último curso. Empecé a estudiar un poco tarde. El 18 de Julio de 1936 estábamos aquí en casa junto a otro buen amigo, Domingo Fernández de Jáuregui. Ya veíamos lo que venía. Estaban empezando a llamar a los jóvenes para incorporarse a filas. ¿Y qué hacemos?, dijimos los dos. ¿Nos alistamos en Artillería?. Creíamos que mientras nos enseñaban el manejo del cañón ya habría pasado la guerra. Cuando estábamos a punto de meternos, los republicanos bombardearon Vitoria. Por aquel entonces les llamaban los rojos. Estaban los nacionales y los rojos. Con el bombardeo nos echamos atrás. ¡Me cago en la mar! No fuimos. Después, a la semana siguiente, se nos pasó el miedo. Volvimos a hablar Domingo y yo. ¿No vamos a ir? Entonces sí que nos apuntamos en Artillería de Montaña, que estaba enfrente del Colegio San José. También había Artillería Pesada, que estaba en Portal de Elorriaga. Nos apuntamos a Artillería de Montaña porque en otros cuerpos quizás no nos admitían porque no teníamos mucha estatura. Altos o bajos, nos aceptaron. Nos llamaron a la semana siguiente. Íbamos todos los días a Vitoria y veníamos a dormir a casa, a Betoño. Un buen día nos dijeron “A ver, ¿quiénes quieren ir voluntarios al frente?”. Pusimos todos una cara… Nos pusieron a todos en fila y empezaron a seleccionar de cinco en cinco. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Fuera. Uno, dos, tres cuatro, cinco… Fuera…” Así, de cinco en cinco iban sacando y resulta que le tocó a mi compañero Domingo y a mí no, yo me salvé. Y me dije: “y ahora este va y yo no… Jo. Yo también salgo. ¡Aupa!” Y salí voluntario.

Buen amigo tuyo sería…
Sí. A la semana siguiente fuimos a Escoriaza, Arechavaleta, Mondragón. Los republicanos habían tomado Escoriaza, aún no habían llegado a Mondragón. Hasta allí nos llevaron en camiones y después ya nos metieron en el monte, al lugar donde estaban las baterías. Justo cuando dejamos la carretera ya vimos los dos primeros muertos. Me dije “Bueno, esto está feo”. Al principio nuestros mandos ponían los cañones a la vista de ellos, donde se veía al enemigo. Y empezaban a dispararnos. Pim, pam. Y decíamos “Me cago en la mar”. Bueno, hay que ver cómo eran. Levantábamos la batería y a ir corriendo para atrás. Después ya aprendieron nuestros capitanes, y empezaron a colocar los cañones detrás de la montaña para que no te viesen. Desde allí ya fuimos avanzando hasta Vergara. Allí estuvimos hasta que se paró el frente y no pudimos ir más allá porque había más oposición. Más o menos una semana después, mientras estábamos allí quietos, los republicanos acabaron rompiendo aquí el frente en Villarreal. Volvimos a Vitoria por Elorriaga. Yo tuve suerte, caí con un poco de fiebre y estuve un par de días en el Hospital, en Vergara. Me duró poco y tuve que incorporarme al frente en la Batalla de Villarreal. Estuvimos de campamento en Miñano.
Después llegaron los bombardeos de los aviones alemanes sobre Vizcaya y la caída de Bilbao. Entonces me destinaron a Madrid, en Brunete. Yo pertenecía a la IV División de Navarra. También estuve en la Primera División. Éramos las fuerzas de choque. En cuanto había por allí algún jaleo, nos mandaban. Y cuando había que romper un frente para avanzar, también. Estuve también en la Batalla del Ebro, en Cavals y Pandols, las dos montañas más importantes de la zona, en Zaragoza, donde tuvieron lugar los ataques más duros por ambos bandos. En Artillería de Montaña cargábamos las piezas de los cañones con mulos. Cada cañón tenía 8: escudo, escudeña, cuna, tubo, eje, ruedas, mástil, diversos y manguito. Yo llevaba la cuna. Me tiré cuatro años en el Ejército, porque no lo dejamos cuando acabó la Guerra en el 39. Yo seguí hasta el 40.

¿Con qué grado militar acabaste la guerra?
De soldado, de soldado. Ya me dijeron que por qué no me hacía alferez y yo les decía “No, no, no, alferez provisional muerte segura, que se está aquí muy bien con el mulo.”

Pasado el tiempo, seguro que te habrá tocado coincidir con muchos vecinos que en aquella Guerra estaban al otro lado del frente, por ejemplo en la Batalla de Villarreal. ¿Qué has sentido en esos momentos?
Había dos personas aquí que no llegaron a estar “en el otro lado”, pero eran partidarios de los otros. Yo no tenía sentimientos contra nadie. Cuando coincidía con ellos aguantabas, te callabas, tú hacías lo que te parecía y al otro ni lo delatabas ni nada. Nunca he denunciado a nadie.

Una vez acabada la Guerra, ¿qué haces?
Terminar el Bachillerato primero y después Magisterio. De Bachiller sólo me quedaban dos o tres asignaturas de Sexto Curso y las aprobé ese mismo año. Después, me matriculé en la Escuela de Magisterio enfrente de donde estaba el antiguo Obispado, en el Casco Viejo. En cuanto acabé Magisterio, debido a que por culpa de la guerra hubo muchas bajas, pude empezar a trabajar en 1942. Mi primer destino fue el pueblo de Castillo. Nadie me lo asignó. Fui allí porque se casó otra maestra de Betoño, que daba clases en esa localidad. Ella me pidió que la sustituyese, sin contar con ninguna autoridad, de forma no oficial. En la Escuela de Castillo pasé todo uno o dos cursos. Luego ya fui nombrado oficialmente por el Ministerio maestro de Apellániz. De Apellániz fui a Oteo, de Oteo a Inoso, junto a Gujuli. Después, estuve en Marieta y Lacervilla. Cuando por fin conseguí aprobar las oposiciones vine a Jesús Obrero hacia 1948. Allí estuve el resto de mi vida profesional, salvo los dos o tres últimos años que me fui a Reyes Católicos. Me jubilé con 68 años.
En la casa de Fede no faltan las fotos de sus hijos y nietos. ¿Cuánta familia has tenido?
Mi mujer, María y yo hemos tenido 3 hijos. El mayor, José Ignacio, se murió. Tengo a uno en Bilbao y otro en Vitoria. Me han dado 4 nietos.

¿Cómo te conviertes en alcalde?
Los que no éramos vecinos no podíamos participar en la elección del alcalde. Lo nombraban sólo entre los agricultores. Se consideraban vecinos sólo los agricultores. A los demás nos llamaban hojalateros. Ni el cura, ni el maestro, ni el médico o practicante cuando los hubo, ni el pastor eran considerados vecinos. Hay que recordar que por aquel entonces cada pueblo tenía su pastor que sacaba el ganado de todas las familias. Tampoco eran considerados vecinos los trabajadores de Sierras Alavesas ni los de la “Meta”, la Metalúrgica. Tampoco bastaba con ser hijo de labrador para ser vecino. Había que estar casado. No se adquiría la condición de vecino por establecerse en el pueblo. Los hojalateros no teníamos derecho a participar del reparto de leña de las tierras comunales de Betoño, las llamadas suertes foguerales. Tampoco entrábamos en la distribución de los bienes que generaban las fincas del pueblo. Todo era para ellos. Y al alcalde también le elegían ellos entre los propios labradores.

¿Y cómo acaban eligiendo como alcalde a un hojalatero como tú?
Eso decía yo. ¿Cómo os habéis acordado de mí? Fui elegido cuando ya se empezaban a unir más los vecinos con quienes sólo vivían en el pueblo. Me explicaron que ningún vecino se había opuesto a mi nombramiento como alcalde, pero les respondía que yo no quería ese cargo. Después, volvieron a insistir y me pidieron que por favor aceptase aunque sólo fuese por un año, que ya habían hecho los papeles a mi nombre y que al año siguiente ya buscarían a otro. Y como me insistieron tanto al final acepté por un año… Estuve 18. Eso sí, no cobrábamos nada. La factura del teléfono y los desplazamientos los pagaba yo.

¿Qué fue lo más importante que se hizo en Betoño durante tu etapa de alcalde?
Yo hice bastantes cosas. Arreglé las calles. El agua que se echaba fuera de casa se recogió mediante las tuberías de saneamiento y alcantarillado. Pusimos luz pública por todo el pueblo. Antes sólo estaba iluminada la carretera y el resto de Betoño estaba a oscuras. En las fiestas introduje la novedad de hacer una comida en La Duna para todo el pueblo. Nos juntábamos unas 30 personas. Unas fincas que había en el campo, las convertimos en huertas y las repartimos entre todos los obreros que empezaban a vivir en Betoño y que querían tener una huertica. Se les cobraba una cantidad de dinero con el que íbamos haciendo esas cosas…
El Ayuntamiento de Vitoria también ponía su parte. Fue en aquella época cuando empezaron a ayudarnos más. Además, yo era muy pedigüeño. Me dedicaba a pedir para Betoño al Ayuntamiento, a la Diputación. Incluso al Obispado para la Iglesia. Hice bastantes cosas en la Iglesia. En el Altar Mayor se hizo basta obra. En el Pórtico se retejó todo y se hizo nuevo. Y el piso de la Iglesia era de madera y estaba todo apolillado. Lo pusimos tal y como está ahora, de cerámica. Para ello nos ayudó también la Diputación. Me preguntaron qué es lo que había debajo de la madera y les expliqué que había losas grandes como de sepulturas, que era como en los cementerios, que había tres losas y la del centro tenía unos agujeros para agarrar y sacar la primera losa para después permitir sacar las otras… Todo eso sigue tal cual. Y cuando les dije lo que había debajo me aseguraron que si lo llegan a saber antes no nos habrían dejado hacer la obra. En Arriaga pasaba algo parecido y no les dejaron tocar el suelo. En Betoño sólo se quitó la madera apolillada, el pavimento nuevo se puso encima de las losas.

¿Es cierto que en la Iglesia de Betoño tenemos la segunda campana más vieja de Vitoria, que data del siglo XVI?
Creo que sí. Esa es la que da a Vitoria. La llamábamos la Campana de Agonía, porque sonaba cuando moría alguien. Luego, la otra campana, la que daba al pueblo es la que repicaba los días en que se comía garbanzo, la garbancera. Sólo sonaba los domingos. Y por último están las dos campanas más pequeñas, los dos esquilones, uno que da hacia la bolera y el otro hacia el palacio. Las cuatro campanas siguen en su sitio.
Háblanos sobre la relación que había entre los vecinos de Betoño y el Convento de las Carmelitas Descalzas que se clausuró a mediados de los años 90.
Yo fui monaguillo desde chaval. Luego, mis hijos también. Les llevaba también la contabilidad. En la calle Santa Teresita, ahora llamada Paduragoia, tenía su casa el Capellán.
Las monjas, para nosotros, es como si fuesen de la familia. Incluso tenían un lugar en la Iglesia destinado para ellas. Cada una tenía allí asignada su sepultura.
Los vecinos les solían llevar paja. Ellas tenían vacas y otro ganado. También tenían una huerta grande. Había tres o cuatro torneras que atendían el torno a través del cual se intercambiaban productos con el exterior. Solíamos comprarles huevos y tomates. También se dedicaban a coser. María, mi mujer, solía hacerles encargos para los hijos, un pantalón o un jersey. Aquellas monjas torneras no tenían una clausura tan rigurosa. Luego estaba la Madre Abadesa que dirigía todo el Convento. Además, había una señora que servía en la Casa del Párroco y otra señora que les hacía los recados en Vitoria. Traía comida con una tartana, una especie de carrito con un mulo. En sus buenos tiempos llegó a haber más de una veintena de monjas.
Muchos vecinos de Betoño solían ir a la Misa del domingo al Convento.

¿Cómo has vivido la industrialización de Betoño?
La primera empresa que se instaló aquí fue una dedicada a la construcción. La montó Julián Munain en una casa de piedra de tres pisos. Después hubo una carpintería. Posteriormente, en el Alto de Eskalmendi se puso una fábrica de muebles y luego empezó a haber más empresas por el camino de Zurbano.
¿Qué sientes ahora cuando sales a la rotonda que hay delante de tu casa y ves todas las industrias que hay?
Nos han quitado la vida que teníamos en contacto con el campo. Todo eso se ha ido, pero no queda más remedio que admitirlo. Recuerdo que antes, cuando salía de casa, sólo estaba la nuestra y la del sobrestante, que era el Jefe de los camineros, encargados de cuidar las carreteras. En aquella época, más allá del río no había ninguna casa. Porque el río Santo Tomás se veía, estaba descubierto. Cuando llegó la industria empezaron a cubrirse los ríos. En el Ayuntamiento querían que tapásemos el río desde aquí hasta el arbolado de los humedales, en la zona de los campos de futbol. Les explicamos que no teníamos dinero para esa obra. Por eso ha quedado el río descubierto, tal y como está junto al campo de baloncesto.
Si algo hemos ganado con respecto al pasado es que ahora Betoño no se inunda como antes.
Es cierto. Antes teníamos inundaciones todos los años. La última que tuvimos hacia el año 80 fue la que entró aquí en esta casa. No nos había entrado jamás. Casi todos los años se inundaba Betoño. El agua entraba siempre en dos casas que hay junto a la Parroquia, también en otra que había junto al cementerio de unos que vinieron de Azua.
El Ayuntamiento de Vitoria decidió evitar que se inundasen las fábricas del polígono industrial. Para ello, desde aquí hasta Zurbano, hasta lo que llamamos el canal, puso un dique de tierra y piedra molida. Entonces, como el agua no podía ir a las fábricas se metía en el pueblo. Afortunadamente ya se quitó ese dique. Ahora se ha desviado el río Alegría y desagua en Eskalmendi. También nos ha salvado el encauzamiento del Zadorra.

¿Por qué llaman “gorriones” a los de Betoño?
Exactamente no lo sé. Tal vez porque el gorrión es muy listo. A los de Gamarra se les llama “kakiturris”.

¿Qué añoras de aquel Betoño de tu mocedad?
Echo mucho de menos la amistad con los vecinos que han desaparecido ya. Antes hablabas con todos los habitantes del pueblo. Ahora es imposible. Somos muchos.

(ESTA ENTREVISTA FUE REALIZADA EN 2007)